viernes, 13 de diciembre de 2013

Los Lunáticos

Ya, ya, ¿pero qué pasa cuando la tristeza es tan intensa que no te deja dormir?
Aunque mantengas el tipo y nadie se dé cuenta o aunque los demás se den cuenta y crean que estás triste porque tienes problemas económicos o roces con tu pareja que también podría ser, cuando esta tristeza, que es como un mar de fondo que llevas dentro y que no cesa, se apodera de nuevo de ti, a los pocos días de no poder dormir, como digo, a veces, cuando recuerdas algo o a alguien, te das cuenta de que ese recuerdo no es real. Es un trozo de sueño que no recordaste al despertar y que aflora de repente en ese momento preciso. O puede que quizá la mente siga soñando siempre, en todo momento y que no nos demos cuenta, igual que la Luna sigue en el cielo aunque no la veamos durante el día a causa de la luz de los rayos del Sol.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Por partes

Me encuentro con Dani Clemente y le cuento la situación: no me han cogido en la única entrevista de trabajo que he hecho, llueve y no he podido poner los carteles de mis clases particulares de guitarra. Le cuento que estoy pensando en vender mi cuerpo pero que comprendo que a mi edad y en mi estado solo lo podría vender por partes. Que si un trocico de hígado, que si un riñón, que si una córnea, cuarto y mitad de retina...
Él me mira y me dice muy serio, «Quique, no te subestimes, conozco a un par de ancianas a las que les podrías interesar».

Me emociona su confianza en mi futuro. Me abalanzo sobre él y le beso y le abrazo.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El corte de pelo

La primera vez que me rapé el pelo lo hice sin saber muy bien por qué. Era un crío y quería llamar la atención, o algo así.
Recuerdo el tremendo grito que profirió mi madre cuando me vio y el coñazo que me dio durante años; primero por habérmelo cortado, segundo para que de alguna forma ocultara mi «error» por medio de sombreros y gorras y, ya más tarde, tuvo el resto de la vida para recordármelo a mí, a mis amigos, a mis novias y a todo el que se le pusiera por delante.

jueves, 5 de diciembre de 2013

La Mancha



Una mañana Axl, al salir de la ducha con el pelo mojado y retirado hacia atrás, descubrió que tenía una mancha verde en la oreja derecha, justo en la parte superior del pabellón auditivo. Pensó en que las sábanas podían haber desteñido, pero las sábanas no eran nuevas y además eran blancas. Las toallas eran amarillas. No tenía ningún champú ni jabones nuevos. Intentó quitarse la mancha frotando con la esponja y con jabón. Se frotó también con la parte áspera de la esponja pero solo consiguió enrojecer el resto de la oreja. La mancha verde seguía allí. Se peinó como pudo y con bastante buen resultado, cambiándose la raya de lado y gracias a su melena corta, logró esconder la mancha de forma que nadie notara que la tenía.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La señora del caballo

Hace tiempo, en la Calle Mártires, había una señora con poco pelo a la que por alguna razón le gustaba meter gallinas vivas en el pequeño escaparate de la relojería que regentaba. En la calle Osaú tenía también un pequeño almacén. Se trataba de uno de los cuatro o cinco locales que algún genio había dejado construir adosados a la Iglesia de San Gil. Eran casi casetas que afeaban el lateral de la Iglesia y su torre Mudéjar.

viernes, 22 de noviembre de 2013

la estufa

Un niño intenta dormir en una noche heladora. Está en la cama vestido y con el abrigo puesto, pero su cuerpo no genera suficiente calor como para que su ropa le caliente. El suelo del cuarto está lleno de suciedad y polvo, de cartones, de trapos, de ropa sucia, de camas y de un sinfín de objetos, algunos de ellos indescriptibles. Otros seres humanos, su familia, duermen vencidos por el agotamiento.

martes, 19 de noviembre de 2013

El salto

Vuelvo a casa caminando y ya a lo lejos veo que la policía ha cortado la calle. También hay una ambulancia y un cuerpo medio tapado bajo una manta en el medio de la calzada. Está a la altura del portal de al lado. Algo impresionado paso de largo y subo a casa. Mi mujer me cuenta que una chica se ha tirado desde el quinto piso. La ha oído caer cuando estaba llegando a casa y ha ido a socorrerla junto con otras personas. Ha sido terrible. Pronto ha venido la ambulancia con los sanitarios que, después de darles las gracias, les han dicho que se marcharan. Ya se ocupaban ellos. Mi mujer está afectada como no podía ser de otra manera.
La ambulancia y la policía no se mueven durante mucho rato y no sabemos si la chica está muerta y están esperando a que llegue un juez a levantar el cadáver o a un médico para que certifique la muerte, si está agonizando o si se ha salvado. La damos por muerta porque pensamos que si estuviera con vida la habrían llevado a toda prisa a un hospital.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Los fiambres.

Cuando vives en una calle con algunos vecinos ruidosos muchas veces te gustaría que dejaran de gritar. Da igual que se cambien de barrio o que les atropelle un camión. Lo que sea con tal de tener algo de silencio.
Nuestros vecinos de la casa de enfrente eran así.
Como no sabemos sus nombres y tampoco nos apetece mucho acercarnos a ellos amigablemente para establecer una cordial relación de amistad, cada uno tiene su mote.
El “Tus muertos” tiene ese nombre porque el día que aterrizó en la casa de la que suponemos era su señora lo hizo gritando “¡Tus muertos!”. Prácticamente era lo único que gritaba o al menos lo único que se le entendía de todo lo que gritaba. La misma noche que llegó destrozó con un martillo el cristal de la puerta de su propio portal para que corriera un poco de aire en su nuevo hogar, que era un bajo. Después de aquella aparición triunfal el hombre se serenó y la verdad es que ya solo gritaba “Tus muertos” cuando le azuzaba su mujer.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Pelando patatas

Hemos cerrado la tienda y de momento no tengo trabajo. Es domingo, mientras tomo un café en una terraza me llama un amigo. Este amigo inauguró un bar hace una semana y fuimos a la fiesta que dio aquel día, por lo visto les ha fallado una camarera. “¿Que si puedo quedar para habar con él? Claro que sí. ¿Qué si puedo entrar a trabajar dentro de una hora? Por supuesto”. Me voy a casa a recoger algunas cosas y me dirijo al bar. Como lo acaban de abrir justo antes de las fiestas del Pilar apenas han tenido tiempo de preparar tapas y las van haciendo casi sobre la marcha. Gabi, que así se llama mi amigo, me presenta a Lucía, la camarera y a Alex, su socio, que además es también el cocinero. 
Es Alex el que necesita más ayuda, así que una vez que ya nos conocemos me lleva a un office (en español “antecocina”) y me sitúa delante de un saco de patatas. A mí siempre me han gustado este tipo de trabajos manuales que requieren la participación de una parte del cerebro, que lo aquietan por medio de los movimientos repetitivos y que dejan la mente ya relajada dispuesta a un tipo de pensamiento sereno.
Desde mi cubículo oigo partes de conversaciones mezcladas con risas, gritos y con la bocina que mis nuevos compañeros tocan cuando alguien deja “boooote”, a lo que sigue un “Que nos vamos a Cubaaa” que recitan con guasa una y otra vez.
Las voces me transportan a momentos de mi vida en los que he estado adormilado. Me recuerdan las voces que escuchaba a lo lejos cuando estuve en coma, pero sobre todo me dejan tiempo para estar tranquilo.
Yo pelo patatas y las voy cortando unas veces cuadradas para las bravas y otras en lonchas finas para hacer huevos rotos. Pelo, corto, pelo, corto y me siento por fin en paz.

lunes, 28 de octubre de 2013

El Circo Mundial

En uno de mis paseos matutinos veo anunciado el Circo Mundial en un cartel con tres trapecistas subidas a un pobre elefante. Nunca me ha gustado el circo, que me producía de niño una tristeza indescriptible. Entonces no sabía por qué, puesto que solo era un niño. Hoy guardo una imagen mental de todo aquello.

jueves, 17 de octubre de 2013

la protesta

La protesta está bien pero solo es reacción. Necesitamos acción no violenta, positiva, creativa y creadora para cambiar las cosas profundamente.
Si de verdad queremos cambiar las cosas no podemos quedarnos en una lucha meramente superficial por los recursos materiales. Esa lucha la tenemos perdida de antemano porque los que manejan los recursos tienen también los medios para seguir acumulándolos y esto queda demostrado claramente puesto que con estos medios han llegado a acumular lo que ya tienen. Esta reacción por conservar las cosas solo nos desgasta y nos resta energías para el verdadero cambio, que debe ser interior, para después extenderse al entorno. El ser humano debe ir más allá de las cosas para poder ver lo verdaderamente bueno que casi siempre está allí y que es sistemáticamente ignorado por todos nosotros.
Debemos renunciar a los objetos para dejar de ser explotados y expoliados cuando por fin conseguimos acumular algo. Hablo incluso de renunciar a una vida cómoda y longeva para poder acceder a una vida plena llena de sentido y verdaderamente humana.
¿No lo ves claro? Solo te haré una pregunta, ¿qué ha sido lo mejor de tu vida y quién te lo ha dado?

viernes, 27 de septiembre de 2013

Los vendedores de juguetes

 
 Recuerdo hace unos años cuando una ministra, no recuerdo de que gobierno, apareció en los medios diciendo que se iba a prohibir que  los juguetes y los cromos se utilizaran como reclamos para venderles a los niños comida basura. Estuve pendiente de esta noticia unos meses, me interesaba mucho porque yo tenía una juguetería.
   Un día pasó por la tienda un representante de juguetes que con el tiempo se hizo también amigo y le saqué la conversación. El me dijo:

- Ya te puedes olvidar.

sábado, 21 de septiembre de 2013

cosas viejas, cosas nuevas


Antes, los objetos tenían una vida útil  e incluso emocionalmente satisfactoria para ellas mismas. Uno podía volver a casa de sus padres un domingo y abrir una botella de vino para la comida con el mismo sacacorchos que ya estaba en la casa cuando era pequeño.
Los objetos nos traspasaban su satisfacción haciéndonos recordar episodios de nuestra infancia  o de otras épocas y por ello existía armonía entre ellos y nosotros.  Nos daban seguridad y serenidad.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar

¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase, correcta pero siempre interpretada de una forma superficial? Esta es la matraca con la que los mayores atormentan a los niños para que ordenen sus cuartos, pero generalmente esos lugares elegidos por los padres no son los correctos porque solo son buenos desde el punto de vista visual o, en el mejor de los casos, funcional. No se eligen los lugares verdaderamente adecuados. ¿Está este libro de Murakami que ya hemos leído correctamente ordenado en la estantería junto con los otros libros ya leídos? Superficialmente sí pero, ¿no estaría ese libro mucho mejor en una biblioteca pública donde todos pudiéramos leerlo? ¿Y no estaría mejor también en las manos de mi amiga Ana que es fan de Murakami?

martes, 10 de septiembre de 2013

El Porvenir


No es lo mismo “el porvenir” que “el por llegar”. El porvenir está lleno de ilusión o al menos de esperanza.
            Cuando la ilusión y la esperanza desaparecen llega “el por llegar”, que es vivir en el presente pero no de una forma voluntaria como haría un maestro zen.
            El por llegar viene cuando ya no se espera nada de la vida, ni bueno ni malo. Ya no se trata de ser o de llegar o de llegar a ser o de hacer o de dejar de hacer o simplemente de tener. Solo se trata de “estar”, como hacían nuestras abuelas.
                ¿Qué hace, abuela?
                Pues que voy a hacer, nada, estarme.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La señora del tren


Voy en un tren regional entre Zaragoza y Vila-Seca. Hay una señora que sube al tren en todas las paradas y que siempre mira mi bocadillo con envidia y con recelo.
No hablo en sentido figurado, no digo que suban mujeres que se parecen. Digo exactamente lo que he dicho. Digo que la misma mujer gorda y mayor sube por la puerta de mi vagón en cada estación.
Sé que no estoy loco, al menos de momento, así que solo se me ocurre una explicación plausible: que también baje la señora en todas las paradas por la puerta de otro vagón para volver a subir por la puerta del mío y hacer como que coge muchos trenes, como que viaja mucho desde muchos lugares diferentes.
¿Lo hace para aprovechar el viaje? ¿Se aburre? ¿Es supersticiosa y cree que si no sube y baja en cada estación el tren descarrilará? ¿Está loca? ¿Se considera a sí misma una especie de superheroína protectora del tren? Pero sobre todo, si es así, ¿por qué mira con envidia y con recelo mi bocadillo cada vez? Al fin y al cabo no es una gallina y dentro solo lleva queso.

sábado, 31 de agosto de 2013

El día que lo pierdes todo.

El día que lo pierdes todo no lo pierdes todo, eso es imposible: toda moneda tiene al menos dos caras.

Pierdes, eso es cierto, al amigo que no se entera de tu pérdida y lo tratas dentro de tus pensamientosde insensible, aunque no le digas nada porque sabes que en el fondo nunca estuvo en tu lugar ni en ninguna otra parte que mereciera la pena ser vivida.

El día que lo pierdes todo recuperan su pasión y su angustia, las viejas canciones y la noche entera, todo su insomnio.

El día que lo pierdes todo recuperas la razón y ella a su vez recupera su tristeza y su rabia, que son la antesala de la fuerza que necesitas para seguir adelante.

El día que lo pierdes todo pierdes también el respeto por tus enemigos: a veces una pérdida es una gran ganancia.

Recuperas el cuerpo, que es lo único que siempre te queda y también recuperas, cómo no, tu dignidad y tu orgullo.

Descubres que puedes seguir escribiendo en las situaciones más adversas pero, sobre todo, el día que lo pierdes todo ganas el conocer en un solo instante la medida exacta de todas las cosas, de la gente y de la grandeza de algunos de los que te rodean.

jueves, 22 de agosto de 2013

Zapatos nuevos zapatos viejos

Zapatos nuevos zapatos viejos

Me sorprendo mirando zapatos de verano delante de varios escaparates, pero lo cierto es que si lo pienso tengo varios pares que, aunque no son nuevos, tampoco están mal. Pienso en qué es lo que se esconde tras esta pequeña compulsión. Está claro que la sociedad te impulsa al consumo, que los escaparates son atractivos, pero también creo que las personas son en general inteligentes y conocen las estrategias del mercado, así que tiene que haber una razón más profunda.

viernes, 26 de julio de 2013

La abuela Pilar.

La madre de mi padre, cuando cumplió noventa y dos años dijo con aquella voz tan fina que tenía:
—Noventa y dos años y todavía por aquí, ¡qué vergüenza!
Como si estuviera ocupando un lugar que no le correspondiera o estuviera quitándole el sitio a alguien o algo así.

lunes, 22 de julio de 2013

Josele

josele

Josele era un gran amigo de mi padre y también mi padrino. Josele  nombró albacéa a mi padre que una vez me dijo, una vez fallecido su amigo, que menos mal que cuando pasó todo sus hijos Julio y Mercedes ya eran mayores porque mi padre nunca le han gustado estas cosas.Yo le quería mucho era una persona estupenda muy cariñoso y alegre.

sábado, 20 de julio de 2013

Berta

Mi tía Berta es hermana de mi madre y además mi madrina. A veces, aunque la quiero mucho, no alcanzo a entender cómo mis padres pensaron que si a ellos les pasaba algo Berta sería la persona más adecuada para cuidarme, aunque si lo pienso bien la verdad es que ella se ocupó de mí muchas veces y muy bien. Por ejemplo cuando estuve en casa enfermo varios meses y acababa de tener a su única hija, Inés, ella fue la que me cuidó durante mi convalecencia, lo que siempre le agradeceré.

miércoles, 10 de julio de 2013

Depresión

Lo peor de la depresión es que solo la entiende el que la ha pasado o quien ha tenido a alguien cerca sufriéndola.
         Recuerdo al principio, cuando estaba todavía sin diagnosticar. Fui al centro de salud, al servicio de urgencias de la tarde, porque tenía mucha ansiedad. Yo, pobrecico mío, quería que me recetaran Dogmatil, que es un medicamento que en realidad es para los mareos y los vértigos y que había tomado alguna vez cuando estaba muy nervioso de niño. Un medicamento que se puede comprar sin receta, pero eso lo supe después.

martes, 9 de julio de 2013

Clases de guitarra.

                 Cuando decidí por fin intentar ser músico mi padre, que me había enseñado los rudimentos básicos de la guitarra, me llevó a clases particulares con el profesor P.
P. era un gran guitarrista y una gran persona, pero no logré aprender nada de él

sábado, 6 de julio de 2013

la llave

  La Llave

         Los últimos meses que pasamos en Casa Lac fueron muy intensos. Mi hermana Elena estaba embarazada de su primer hijo, la abuela Pilar estaba muy enferma, Pili la persona que ayudaba mi madre en la cocina y que era ya de la familia después de tantos años estaba de baja con la rodilla hecha polvo, todos estábamos agotados porque faltaba personal y a todo esto se sumaba la posibilidad de “vender” el negocio y las negociaciones nos tenían a mis padres a mi hermana y a mí algo alterados.
         El restaurante ocupaba la planta calle y el primer piso y, en el rellano del tercero, había una puerta por la que se accedía a nuestra casa. Justo al lado de la puerta había una pequeña mesa con unas faldas y, colgando de esa mesa, estaba la llave de la puerta. Desde el principio yo protesté mucho. Mi madre quería que la llave estuviera allí, era más cómodo porque todos subíamos y bajábamos muchas veces al día y era normal dejarse la llave arriba o abajo. Yo le decía a mi madre que si viviera en la casa de al lado llevaría la llave encima como todo el mundo y nunca se le olvidaría, pero a pesar de mis quejas y del riesgo que suponía la cantidad de gente que subía hasta ese rellano, puesto que el baño de caballeros estaba en al lado de la puerta y de la cantidad de personas a las que a lo largo de los años se les había dicho “por comodidad” dónde estaba la llave, la llave siguió allí de principio a fin.
         Cuando se abría con esa llave además había que acordarse de que al otro lado de la puerta la mayoría de las veces estaba nuestro gato Cosme dispuesto a escaparse hacia las cocinas. Muchas mañanas me tocaba comenzar el día persiguiendo al felino por los dos sótanos y las dos plantas de restaurante que además estaban unidas entre sí por multitud de puertas y escaleras que estaban ocultas al público. Esto había que hacerlo antes de abrir el bar para que Cosme no se largara a la calle. Que Cosme no se escapara tenía su aquel, porque eran muchos años ya de jugar al gato y al ratón. Cuando se quería subir a casa había que llevar una bolsa. Abrías la puerta con una mano y con la otra sujetabas la bolsa a la altura de los pies y de Cosme. El gato retrocedía porque no veía la salida y tú entrabas y cerrabas la puerta. Para bajar, como el felino se pegaba como una lapa a la puerta para salir disparado en cuanto se abriera una rendija, había que coger a Cosme y depositarlo en la barandilla de la escalera. No sabemos por qué, pero desde allí no intentaba escaparse.
         La culpable de estas escapadas mañaneras era Carmen, la señora de la limpieza, a la que todos los días se le escapaba el gato. Aquella mujer es sin duda alguna la persona más bruta que he conocido en mi vida. Nos sometía a mi hermana y a mí a unos interrogatorios absurdos e impropios de nuestra edad y nos decía a veces cosas terribles. Una vez me pregunto:
                   Oye chico, chico, ¿tú fumas?
                   Pues no, no fumo.
                   No querría tener yo un hijo como tú, que fuma.
                   Oiga, que yo no he fumado en mi vida.
                   Claro, así huele todo.
         La señora no tenía en cuenta que vivíamos encima de un bar.
                   Bueno, Carmen, si usted quiere fumo, pero vamos a dejarlo.
                   Muy bien, si fumas lo dejamos.

         Como ya estaba harto de perseguir a Cosme todas las mañanas y de que Carmen no tuviera cuidado, utilizando su propio lenguaje un día le dije:
                   Oiga, Carmen, ¿sabe qué le digo? Que el gato ese es más listo que usted.
                   ¡Anda con el tío este! ¿No te jode?
                   Bueno, Carmen, no se lo tome a mal. Usted dirá lo que quiera pero el gato todos los días le gana la partida.
         La cosa tuvo su efecto y a Carmen nunca más se le volvió a escapar Cosme.
         Andábamos como digo muy ajetreados y un buen día Carmen no pudo subir a limpiar la casa porque la llave había desaparecido. Saltó la alarma general, buscamos por los alrededores por si se había caído, preguntamos a todas las trabajadoras aunque sabíamos que no habían sido ellas porque eran amigas de plena confianza.
         Nos reunimos para pensar. La llave había desaparecido por la noche, porque todos habíamos entrado a casa con ella. ¿Quién había sido el último? Había sido yo y la había dejado donde siempre. ¿Podía ser que alguien se la hubiera llevado para entrar otro día? Aquello era aterrador, pero no tenía sentido. Al llevarse la llave el posible ladrón levantaba la liebre y, sin embargo, dejándola en su sitio se aseguraba la entrada.
         Llevábamos ya varios días dándole vueltas al asunto de la llave sin encontrar la solución a su misteriosa desaparición y, al tercer día, cuando estábamos comiendo, en mitad de la comida mi padre se levantó y, sin decir palabra, comenzó a subir las escaleras. A los tres minutos bajó, se paró unos cuantos escalones antes de llegar adonde estábamos comiendo y, levantando el brazo, nos enseñó la llave.
                   ¡Anda! ¿Dónde estaba? Preguntó mi hermana.
                   Pues es que me acabo de acordar de que el otro día tuve un sueño. Había un peligro que acechaba y yo no sabía de dónde venía. Yo quería proteger a mi familia y pensaba en mi sueño que la puerta estaba abierta. Ahora comiendo he pensado, “¿y si me levanté yo sonámbulo y cogí la llave?”. Y he ido a mi mesilla y allí estaba.
                   Hace mucho que no te levantabas sonámbulo, Ricardo dijo mi madre.
         Era verdad, yo ni siquiera me acordaba de que mi padre es sonámbulo.

         Hace unos días, cuando le pregunté a mi padre si le importaba que contara esta historia, a lo cual, como se ve, accedió encantado, me dijo:
                   ¿Sabes lo más curioso? Los sonámbulos se comportan, cuando están en estado de sonambulismo, igual que se comportan en la vida real, así que estoy seguro de que para abrir la puerta que colgaba al otro lado tuve que coger a Cosme y ponerlo en la barandilla, porque no se escapó.
                   Pues es verdad, Papá, no se escapó el gato.
                   ¿Cómo puedo no acordarme, verdad? Qué cosas.
                   Sí, Papá, qué cosicas tenemos en esta familia.

viernes, 28 de junio de 2013

El amor desperdiciado

 Todo el mundo tiene al menos una historia de amor desperdiciado esto es una historia de amor correspondido que no llega  a materializarse por razones inexpicables o por un cúmulo de despropósitos o simplemente por nada de nada.
 La mía no sucedió en los tres cursos del bachillerato. En aquella época todo el mundo va de flor en flor enamorándose y desenamorándose en una suerte de polienamoramiento sucesivo pero entre cualquiera de estos enamoramientos y el siguiente siempre estaba ella, ella tenía algo especial.

lunes, 24 de junio de 2013

"El Canales" o el servicio de cenas más duro de la historia.



         Cuando alguien nos pregunta a cualquiera de los que trabajamos en Casa Lac aquella época cuál fue la peor noche o el peor servicio que tuvimos en los dieciocho años que pasamos allí, todos respondemos lo mismo: “La noche del Canales”. Y cuando lo decimos sin darnos cuenta nos quedamos algo lívidos.
         Un día, como a las cuatro y media, se presentó en el bar que estaba abierto porque estábamos en las fiestas del Pilar un tipo de estos que en el argot del espectáculo se denomina “manager de carretera” y me dijo:
                   Mire, esta noche se estrena en el Teatro Principal el espectáculo de la gira mundial de Antonio Canales el bailaor y claro, cuando acabe el estreno tengo que dar de cenar a cincuenta personas y no tengo dónde meterlos. Tenemos un presupuesto de 1.500 pesetas por persona y vendríamos como a la una de la madrugada.

viernes, 21 de junio de 2013

Zapatos



  Mi abuela materna Isabel era una persona muy peculiar. Todos la queríamos mucho a pesar de su carácter algo voluble.
  Tenía siete hijos y como le era algo complicado acordarse de la talla de pies que calzaba cada uno ideó un sistema casi infalible para acertar siempre.

jueves, 20 de junio de 2013

Coma



Aquella Semana Santa la pasé en Grañén. Bueno, en una casa de campo que mi abuela tenía cerca de allí. Estaba la casa en mitad del campo, a dos kilómetros del pueblo más cercano y, en aquella ocasión, estábamos allí mi hermana Elena, mis primas Ana e Isabel (que son hermanas) y mi tío Diego y mi tía Berta, que también son hermanos.
Un buen día mis primas y mi hermana se fueron a una paridera cercana donde hasta hace unas semanas había habido ovejas y volvieron llenas de pulgas (yo no recuerdo por qué no fui con ellas).

sábado, 15 de junio de 2013

El tonto del pito.

         Vivo en una calle pequeña de un solo sentido y la velocidad está limitada a 30 kilómetros por hora. En el suelo al principio de la calle hay una gran señal que así lo dice junto al dibujo que advierte que te puedes llevar por delante a un ciclista.
         Todos los días hay un tonto del pito que pasa a toda velocidad y el muy imbécil va pitando cada vez que se aproxima a un paso de cebra.

miércoles, 12 de junio de 2013

Los zapatos de Tomás (o como tuvimos que hacernos cargo del restaurante)

           Mis padres contrataron a Tomás, uno de esos camareros a la antigua, resabiados. Un perro viejo.
         Al principio, como siempre, todo fue bien, pero poco a poco el tipo aquel iba tomando confianza y más cañas cada día.
         La víspera del Pilar todo estaba a punto.

En las dos barras que poníamos abajo, quitando las mesas e instalando una segunda barra supletoria, estábamos Diego, Elena (mi hermana) y Silvia, que era amiga nuestra. Y en la planta de arriba estaba mi padre con dos camareros: Tomás y Lorenzo, que era amigo suyo.
         Tomás aquel día llegó totalmente borracho y estaba montando un lío en la cocina impresionante. Tomaba las comandas sin orden, todas a la vez y por eso la cocina estaba totalmente atascada.
         Cuando hay que dirigir un comedor hay que hacerlo siempre en colaboración con la cocina. Se puede tomar una comanda y preguntar “¿cómo vais?”. Si te dicen que agobiadas les pones algo de picar a los clientes y esperas cinco minutos a que empiecen a subir los platos de alguna mesa para “cantar” la siguiente comanda. Tomás, en vez de hacer esto, comenzó a gritar a las cocineras y a quejarse de lo lentas que iban mientras se sacudía una caña tras otra y las situación era cada vez más tensa, lo que atascaba todavía más la cocina.
         Subí a ver qué pasaba. En aquel momento mi padre le estaba diciendo a Tomás que se fuera a casa, que ya volvería por la tarde, entonces el tipo este montó en cólera y empezó a ir por las mesas diciéndoles a los clientes “mi jefe dice que estoy borrrrracho. ¡Que me haaaagan un análisis ahora miiismo!” y con un papel les decía “firme, firme aquí que no estoy borracho”. Todo esto lo decía a voz en grito y con la boca pastosa. Casi ni se le entendía.
         Por fin mi padre consiguió que se marchara a cambiarse y yo bajé a la cocina para ver si podía echar una mano aunque fuera fregando, para que la cosa se destaponara y allí encontré a Lorenzo, el otro camarero, que también se estaba quejando. Que si vaya cocina, que si sí que va lento esto, que la gente lleva mucho tiempo esperando. Yo le puse la mano en el hombro y la dije: “Lorenzo, por favor, suba arriba que la cocina está haciendo lo que puede y achucharlas no ayuda”. Entonces él se volvió y me dijo: “Me has empujado y a mí no me empuja ni Dios”. Tiró el paño que llevaba y se largó en aquel mismo momento.
         Por suerte Silvia había servido mesas y subió con mi padre y con Elena y entre los tres y con la cocina por fin tranquila sacaron el servicio adelante.
         Estábamos comiendo ya todos, agotados por la tensión, cuando llamaron para hacer una reserva. Entonces nos dimos cuenta de que el libro de reservas no estaba en su sitio. Lo buscamos como locos y lo encontramos entre los manteles sucios. Al abrir por el día doce de octubre para apuntar la reserva nos dimos cuenta de que el hijo puta aquel había arrancado las hojas de las reservas del Pilar y que, por tanto, no podíamos hacer reservas porque ni siquiera sabíamos las mesas que ya teníamos reservadas.
         Mis padres estaban deshechos, porque era el momento de más trabajo del año. Mi padre decía “pues nada, cerramos y a tomar viento”. Luego, con los ánimos más calmados, se decidió que ya no se cogerían más reservas.    Montaríamos el comedor de forma que nos pudiéramos adaptar a las reservas que fueran viniendo y Elena y Silvia se quedarían arriba con mi padre.  Lo hicieron entre los tres de maravilla, pero fue un Pilar durísimo porque las camareras eran novatas y nosotros abajo tuvimos que hacer todo el horario de once a cuatro de la mañana todos los días (recados aparte).
         No sé cómo sobrevivimos, pero después de hacer semejante heroicidad juramos que nunca volvería a entrar un camarero profesional en nuestro negocio. A partir de ese momento trabajamos solo con amigas o amigos de Elena o míos y todo fue de maravilla. Daba gusto trabajar allí y eso fue lo que le dio el carácter al sitio, las personas que trabajaron con nosotros. Inés, Silvia, la otra Silvia, Olga, Elena, Natalia, María Luisa, Javier, Carlos, Rafa, Eva... Seguro que me dejo alguno.
         Al cabo de unas semanas encontramos los zapatos de Tomás en el vestuario. Eran unos zapatos muy buenos y muy caros. No hay que olvidar que los camareros cuidan mucho los pies porque trabajan con ellos. Los bajamos a la cocina. Mi tía Berta no se lo pensó dos veces y dijo: “Pues estos zapatos ya se los daremos a Tomás cuando venga a firmar el finiquito”. Y añadió, “¿no os parece que la cuchilla de la máquina de cortar jamón está un poco vieja? Yo creo que habría que cambiarla, vamos a ver, a ver”. Y sacando los zapatos de la bolsa donde estaban puso uno en la cortadora y empezó a hacer lonchas  de zapato como de un dedo de grosor. Nunca he visto a nadie llorar de risa tanto. Cada vez que caía una loncha negra (fssssssslop, fsssssssplop, fssssssplop), Berta paraba porque no podía seguir de la risa y de las lágrimas que le corrían como ríos y le empañaban las gafas. Luego nos miraba, se secaba y volvía a la carga.
         Todos acabamos llorando de risa, desencajados y tirados por el suelo y la mesa de la cocina. Cuando acabó con el segundo zapato metió los trozos en la bolsa y dijo: “Hala, guárdalo para cuando venga el tío este. Ya le diremos que hemos convertido sus zapatos en calamares en su tinta”. La carcajada general fue tremenda. Creo que en ese momento soltamos toda la tensión que habíamos pasado en esos diez días.

         Tomás vino bastante avergonzado a firmar su finiquito y creo que mi padre tuvo a bien no devolverle sus zapatos.

martes, 11 de junio de 2013

Esquivando a la suerte

         Estaba mi abuela Isabel, que era la madre de mi madre, en Madrid el veintiuno de diciembre cuidando a una de sus hijas que estaba en un hospital porque le habían operado de un problema que tenía en un pie y salió a dar un paseo para despejarse un poco.
         La suerte le llevó a la Plaza Del Sol y, de repente, se encontró por arte de magia en la cola de Doña Manolita. “Pues ya que estoy aquí voy a comprar un número” y se puso a la cola.

domingo, 9 de junio de 2013

La Fiesta

Me hice cargo de la barra del bar de Casa Lac y lo primero, cuando llegaron las fiestas del Pilar, fue ampliar el horario y cambiar el ambiente por la noche para poder tomarnos unas copas con los amiguetes que quisieran venir. El primer año con mi gran amigo Diego H. estuvimos varias semanas grabando unas cintas de casete de 90 y de 120 para la ocasión.
         Por el día mi madre nos obligaba a poner unas cintas terroríficas de salsa que también nos había obligado a grabar (nunca entendimos qué tendría que ver la salsa con las fiestas del Pilar) a las que sobrevivimos no sé muy bien cómo.
         Seguramente aguantamos las diez o doce horas de inmersión caribeña porque luego, a las doce de la noche, retirábamos las banderillas de vinagre, los tacos picantes y los pinchos de tortilla, bajábamos la luz, nos maqueábamos lo que podíamos y nos tirábamos hasta las tantas dándole a las copas todo lo que podíamos.
         La primera vez que montamos aquello a los otros habitantes del edificio no les debió de sentar muy bien, porque empezaron a pasar cosas extrañas en cuanto empezó la fiesta, que fue tremenda.
         Habíamos hecho una olla gigante de sangría para invitar a los amigos y ellos no habían podido resistirse a la llamada de la selva, así que el bar estaba a tope de gente. Nosotros subíamos la música y servíamos sangría. Todo iba sobre ruedas.
         Detrás de la barra había un pasillo que daba a la cocina y mi madre y otras cocineras estaban sentadas en un extremo de este pasillo, recuperándose del día de trabajo, tomando algo fresco o cenando. Las luces del pasillo, las del despacho  y las del almacén comenzaron a encenderse y a apagarse solas. Desde sus sillas y banquetas las cocineras miraban asombradas hacia los interruptores que estaban al final del pasillo. Las puertas estaban abiertas y todas veían con claridad que no había nadie allí. Nos llamaron para que lo viéramos. Yo mismo me acerqué para comprobar que no había nadie que de alguna forma estuviera haciendo la gracia. Allí no había nadie.
         Habíamos dejado la barra sola, así que aunque estábamos alucinados tuvimos que volver a escanciar sangría. Entonces, una balda de cristal donde estaban algunas de las botellas estalló y las botellas cayeron al suelo. Aquellas eran unas baldas de cristal gordas como un dedo y en todos los años que llevábamos allí nunca se había roto ninguna. Fui a recoger los cristales y, para mi sorpresa, noté que estaban calientes. No había ninguna vela ni ninguna fuente de calor cerca. También se apagaron algunas pequeñas lámparas de la barra que, por miedo, no volvimos a encender. Mientras tanto la sangría corría como las aguas del Ganges.        Explotó una segunda balda de cristal y de nuevo al recogerla los trozos estaban calientes. No sabíamos cómo parar aquello, así que se me ocurrió bajar un poco la música y la cosa se calmó en seco.
         Los demás días de las fiestas anduvimos con más cuidado con el volumen. Mi padre, como siempre, compró unas flores que pusimos en un gran jarrón en la barra y a partir de allí nuestra relación con los demás habitantes fue poco a poco a mejor.


viernes, 7 de junio de 2013

Fotos viejas



         Cuando uno echa la vista atrás recuerda personas importantes, sucesos buenos o malos, lugares, viajes, situaciones anecdóticas y épocas determinadas.
         De las épocas por ejemplo se suele recordar un ambiente que las caracteriza, un tipo de luz, gente y cosas del momento, pero todo es muy general, poco concreto, al menos hasta que se empieza a tirar y a tirar del hilo a fondo para llegar a los detalles.
         Pero los momentos concretos se pierden en nuestra memoria, sobre todo esos que, por no ser determinantes, no se quedan grabados con tanta fuerza.
         Es una pena, porque la vida está llena de momentos tranquilos e incluso felices que se pierden por no ser tan “importantes” y son estos precisamente los que merece la pena recordar.
         Afortunadamente, para evitar esta chapuza que hace el cerebro están las fotos viejas. Benditas sean.


         Esta foto me la pasa mi hermana Elena. Ya no me acordaba de que era posible reír así, con esa energía, con esa inocencia y, sobre todo, con esas ganas.






jueves, 6 de junio de 2013

El tabique.

         Mi abuelo Enrique, al que debo mi nombre, estuvo destinado como ingeniero de caminos en muchos sitios y pasó una temporada en Soria. Así fue cómo la familia se vinculó a esta provincia. Allí nacieron varias de mis tías y con los años todos acabamos veraneando en un pueblo llamado Vinuesa.
         No sé por qué razón el abuelo había comprado hace muchos años una casa en Cidones que llevaba décadas sin habitarse y allí se desplazaban “los mayores” para organizar juergas evitando así que los niños les fuéramos persiguiendo por los bares del pueblo.
         Aquella noche debía de haber muchos amigos que habían llegado de Madrid y de otros lugares. Los invitados tenían que repartirse entre dos habitaciones y no se veían entre ellos. Aquello no podía ser. Aun así, la cosa entre la cena, las copas y los guitarreos fue poniéndose fina, fina. En estas, Ana (que es mi madre) y mis tías María Isabel, Alicia y Marga decidieron que aquella habitación era muy pequeña y que la otra también. Imagino la conversación:

                   Ana: Oye, ¡cuánta gente ha venido!
                   María Isabel: No, no, tampoco estamos tantos. Es que estos dos cuartos son muy pequeños.
                   Alicia: Eso está claro, ya lo decía yo hace años, ya.
                   Ana: Pues esto hay que solucionarlo.
                   María Isabel: Pues eso, cuanto antes.
                   Alicia: Pues chica, ahora que estamos las cuatro es el mejor momento.
                   Marga: Pues es verdad, ¿para qué vamos a tener dos cuartos cuando podríamos tener uno grande y bueno? Además, si es que hemos venido para vernos con todos. No vamos a estar todos de aquí para allá y de allí para acá.

         De repente las cuatro pusieron sus ojos en un banco corrido de esos que se ponen en las mesas grandes. Entonces Marga dijo: “Estamos pensando lo mismo, ¿no?” Y las otras, al unísono: “¡Pues claro!”
         Viendo que estaban plenamente de acuerdo se dirigieron hacia el banco y les dijeron a las personas que estaban allí sentadas: “¿Os podéis levantar un momento, que necesitamos el banco? Enseguida os lo devolvemos, no tardamos nada”.
         Los invitados se levantaron y entonces entre las cuatro cogieron el banco a modo de ariete y se liaron a porrazos con la pared como si estuvieran en el asedio a un castillo. En un cuarto de hora tiraron el tabique entre el asombro y los vítores de los invitados.
         No penséis que lo hicieron de cualquier manera. Tan solo tiraron la parte de arriba, porque lo que querían era poder ver a todos los amigos juntos. Tirando solo la pared hasta la altura de la cintura y poniendo unas mantas encima para no hacerse daño con los ladrillos rotos se lograba además tener una barra donde apoyarse y beber más cómodamente las copichuelas.
         Un día hace poco, comentando la jugada en una reunión familiar, las cuatro se ratificaban en su acción:

                   Ana: Es que estaba clarísimo que había que tirarlo.
                   María Isabel: Pues además quedó todo muy bien y muy cómodo.
                   Marga: Es que la gente, como no piensa, pues no se le ocurren estas cosas y así tienen las casas de incómodas.
                   Alicia ¡Anda que, lo que nos tuvimos que oír luego de los madrileños esos que vinieron! Si es que la gente no tiene de qué hablar, como si no hubieran tirado un tabique en su vida. Desde luego...


         Rodeado de esta familia, de la cual me enorgullezco, viví situaciones asombrosas. Hoy día me acuerdo de algunas y me doy cuenta ahora, pero solo ahora, de que aquello puede que no fuera  “lo normal”. No sé si las cosas eran normales o no, pero lo pasamos muy bien y, claro, así hemos salido.

miércoles, 5 de junio de 2013

La chica de la limpieza.

           Cuando fui a vivir a aquella casa tan antigua una amiga mía, que entendía de estas cosas, me recomendó fervientemente que pusiera la cama debajo de alguna ventana para estar protegido de los espíritus. No me dijo por qué esto era más seguro, pero como el cuarto era grande y no me costaba nada hacerle caso, seguí su consejo por si las moscas y allí estuvo la cama todos los años que dormí en aquel edificio.
         No sé si fue por eso, pero aquella temporada dormí poco, como siempre, pero sin sobresaltos ni más pesadillas de las habituales.
         Por aquella casa-restaurante pasaron personajes alucinantes. Una de estas personas era una chica que nos hacía la limpieza de nuestra casa. Era pelirroja, bajita, algo rellenita, con unos ojos azules y una sonrisa algo inquietantes. No recuerdo su nombre ni de dónde había salido. Siempre la vi con una bata de rayas azules y negras tipo pescadero.
         Hacía bien su trabajo, pero tenía una manía que a mi madre,que aparte de llevar la cocina, es decoradora, le sacaba de quicio: le daba por cambiar los muebles de sitio sin consultar ni pedir permiso. Nadie sabe cómo movía aquellos muebles enormes siendo tan pequeña, ni cómo le daba tiempo a limpiar y a mover ella sola alacenas llenas de platos, armarios roperos, mesas de comedor con sus sillas, sofás, librerías repletas, sillones orejeros... Todo lo que era susceptible de ser movido tarde o temprano, ella, acababa moviéndolo, Mi madre, que estaba hecha a todo, al final ya ni se inmutaba. No sé cómo aguantó semejante intromisión en su intimidad, pero lo hizo.
         Un día subí a mi cuarto y vi que la cama no estaba en su sitio. Como aquel día estaba por ahí le pregunté: “Oye, ¿cómo es que has movido mi cama de sitio?” A lo que ella respondió, "Es que he pensado que aquí en el rincón estarás mejor y más caliente ahora que llega el invierno, porque esa ventana además no cierra bien. La verdad es que tenía razón en todo. El sitio era más cálido, más acogedor. Era cierto que la ventana no cerraba bien. Total, que le hice caso olvidándome de los sabios consejos de mi amiga.
         Aquella misma noche tuve una espantosa pesadilla, no tanto por el contenido si no por la intensidad. Soñé con un fantasma que llevaba unas botas negras. Desde el medio de mi habitación el fantasma dio un salto y cayó con una bota a cada lado de mi cabeza. Después, en mi sueño, yo veía cómo en el cristal empañado de la ventana estaba escrita la palabra "Extranus". Me desperté muy angustiado, cogí mi diccionario de latín y busqué la palabra. En el diccionario se leía: "Extranjero, de distinta nación o familia. De fuera de este mundo".
         Coloqué la cama en su lugar y le prohibí a aquella chica que volviera a entrar en mi cuarto. Y poco a poco volví a conciliar mejor el sueño.

martes, 4 de junio de 2013

Conversaciones de un tendero.

             Hoy ha venido un señor a la tienda y, sin mediar saludo ni nada, me dice:
                   ¿Tienen toricos y mulejas?
                   Disculpe señor, pero ¿cómo dice? le he contestado.
                   Ya se lo explico, ya. Mire, es que yo hago miniaturas de aperos de labranza y claro, ahora necesito los toricos y las mulejas para ponérselos.

domingo, 2 de junio de 2013

El Monaguillo. Una de músicos con muchos músicos con muchos músicos.

           Para los que no conocéis Zaragoza ni su vida nocturna de hace veinte años, El Monaguillo era un bar instalado en un sótano de la calle Refugio al que se accedía por unas escaleras metálicas laterales.
         Alguien me dijo una vez que aquello era parte del alcantarillado antiguo de la ciudad. Nadie podría negarlo,

sábado, 1 de junio de 2013

Una de señoras



         Hacía mucho que no me encontraba con una señora de las mías. En este caso era una abuelita benefactora. Tenía un aspecto entre la abuelita Paz y Yoda y andaba encorvada encorvada, ayudándose de la pared y de un bastón.
         Esa mañana me disponía a abrir la persiana y se me escapó el perno del que estaba tirando y, además de hacerme daño, la reja se quedó a medio subir.

jueves, 30 de mayo de 2013

Una de Fantasmas

Cuando uno va a vivir a una casa tan antigua lo primero que piensa es, ¿habrá fantasmas? En nuestro caso ya lo sabíamos porque antes de ir a vivir allí nosotros ya había vivido antes mi tía y ya llevábamos muchos años trabajando en aquella casa. Había fantasmas. Lo que no estaba claro era cuántos ni por dónde.

sábado, 25 de mayo de 2013

Deporte... y casi muerte en Venecia.

           No sé por qué, estando con Anabel en Venecia, se me ocurrió entrar en unos grandes almacenes tipo C&A y comprarme unas zapatillas de deporte para hace un poco de ejercicio. ¡Menuda tontada!, pensé para mí. ¡Con la de cosas que hay que hacer y que ver aquí y a mí, que hace años que no corro, se me ocurre justo hoy!

Un servicio de comidas de infarto.

     En aquel restaurante, donde vivíamos y trabajábamos, ocurrían cosas de lo más absurdas. Un día, a la hora de comer, no sé por qué razón alguien de la familia acudió con unos gitanos, a los que había reclutado por el barrio, para que, a cambio de una propina, bajasen y se llevasen a un vertedero los escombros que habían salido de la reforma del edificio.

viernes, 24 de mayo de 2013

La Madalena . La historia de mi integración.

La Madalena. Historia de mi integración.

         Hace ya diez años que vivo en el Barrio de "La Madalena" de Zaragoza. Antes ya había vivido en El Tubo, así que ya estaba curado de espanto. Como payo, creo que me he adaptado bien (hay que tener en cuenta que soy yo el que está en su territorio) y nunca he tenido problemas con los gitanos, así como yo he intentado no darles problemas a ellos.
         Sí que hubo algún problema con una pareja de italianos que

jueves, 23 de mayo de 2013

Pedro. Mi tío y a pesar de ello mi amigo.

    La primera vez que vi a mi tío Pedro yo tenía catorce años y él estaba sentado a una mesa de nuestro restaurante. Creo que tenía un compromiso y mis padres le estaban echando una mano. Además,  mis padres que ya sabían que yo quería ser músico, querían que lo conociera porque él había formado parte del grupo Chicotén, que se dedicaba a recuperar temas de música tradicional aragonesa. Lo de este grupo es un caso muy curioso en toda la historia de la música

La peluquería del Casino Mercantil. Otra historia del Tubo.

       Pocas personas saben tanto como yo de restaurantes porque pocas han tenido  la oportunidad de vivir dentro de uno.  El nuestro, el negocio familiar, estaba en el tubo Zaragozano y después de algunos años  y de dos mudanzas, nos vimos obligados, por motivos económicos a habitar las tres plantas superiores del edificio.
  Nosotros mismos, con la ayuda de amigos, rehabilitamos las tres plantas en los descansos entre el servicio  de comidas y el de las cenas.

Atraco interracial


Ayer, cuando volvía del ensayo de Juanita Calamidad tuve un intento de atraco interracial del que tanto yo como el instrumento que llevaba salimos indemnes. En esta historia intervienen : un payo (yo mismo), dos gitanos rumanos y un negro (no se la nacionalidad) y una tienda de chinos con sus correspondientes chinos.

En este relato, basado en un hecho real,

miércoles, 22 de mayo de 2013

Tocando por la playa... tres historias cortas, cortas.



  Tenía por aquel e unos veinte años y una novia Venezolana. Ella era estudiante de económicas y no quería volver a su país. Sus oportunidades laborales allí eran ínfimas, porque en aquellos tiempos, había en Venezuela una ley, que obligaba a las empresas a contratar un 80% de personas nacidas en el país y mi amiga, a pesar de haber vivido allí toda su vida, había nacido en Perú.

martes, 21 de mayo de 2013

De camino al trabajo...cinco minutos de alta filosofía en la calle.

Esta tarde, a eso de las cinco menos diez, de camino al trabajo, veo que desde la otra acera me saluda un viejo conocido. Es un señor jubilado que conozco desde la época en la que era camarero. Le saludo pero él no se conforma y me llama desde la silla de la terraza donde está tomándose una caña...¡Eh cruza hombre!. Acudo a su llamada y me dice

Carmela. Una de supermercados y de gatos




Ya que estoy aquí os voy a contar una conversación que tuve ayer con una señora en la cola del supermercado.Yo había cerrado la tienda a la hora de comer y me dirigí al super para comprar dos pizzas marca blanca y una latica para el gato marca blanca. Lo de la marca blanca no es sólo por necesidad, también es por principios. Elegí las pizzas y al ir a por la lata vi que las más baratas venían en un estuche de cartón bastante lujoso, para ser comida de gato, e incluso para ser para humanos, pero era baratísima y marca blanca, supuse que era el embalaje tan lujoso lo que le restaba ventas, así que me fui a la caja, coloqué las dos pizzas y la comida de gato en la cinta  y fue entonces cuando una señora, que era muy directa pero también muy maja y que iba detrás de mi me dijo:

- Jooodo, como se va a poner el gato ese ¿ no?
-Pues mire, a pesar del cartón es la más barata que hay, van cuatro latas.
- Y una lata al día, ¿Pa cuatro días tiene?.
- No, no, que le doy solo media lata al día, tiene para una semana.
- Y si tiene hambre ¿Que se joda el gato?
- No mujer , que también tiene pienso…
- Aaaaah, pues tiene que estar bueno, sí, sí, delicias del cantábrico, buey en adobo, jooodoooo.
- Si que está bueno si, de hecho señora, está tan bueno, que en realidad no es para el gato, en cuanto llegue a casa me voy a untar las cuatro latas en la pizza y to pa dentro (La cajera empezaba a reírse, discretamente)
- Pues hay muchos gatos que comen mejor que muchas personas…
- Pues es verdad, lo que hay que hacer es ayudar en lo que se pueda. aunque los responsables sean los gobiernos. Yo ayudo lo que puedo,  aunque no sea ministro ni concejal, como hace mucha gente. pero también mi responsabilidad es mi gato ¿Sabe?
- Pues es verdad.
- ¿Sabe que además muchos gatos salen mejor que algunas personas?
- Pues también es verdad. por ejemplo seguro que su gato le ha salido a usted mejor que a mí mi cuñao.
- No le quepa dudas. Señora ¿Quiere una latica para su cuñao?
- No, no pobre gato.
La cajera me cobró ya con la risa floja y me regaló, de tapadillo, una bolsa de las grandes.
Adjunto foto del gato en cuestión, que es gata y que se llama Carmela.

sábado, 18 de mayo de 2013

Los gatos del museo.


Muchas veces me siento en el café del museo del Teatro Romano. En él hay una cristalera desde donde se pueden ver las gradas (o lo que queda de ellas). Las gradas están a cubierto de la lluvia por algo a lo que unos amigos míos dieron en llamar “la gran boina” así que, es el lugar perfecto para que se refugien los gatos.
Hace muchos días que, pese a echar horas y horas de atenta observación, no veo ningún gato. Pregunto a la camarera y ella me dice que sí, que alguno hay, lo que pasa es que son muy listos y se esconden en recovecos que sólo ellos conocen. No le creo. Seguro que algún palurdo municipal ha ideado un sistema para mantenerlos a raya o los ha mandado matar.
   Como los gatos han desaparecido, levanto la vista y veo, tras la valla que separa el “teatro” de la calle Verónica, de izquierda a derecha: la sede de un partido político, pared con pared , un Sex-Shop (Que poético), un gimnasio de “Pilates”, un bar, una tienda de material fotográfico y por fin, otro bar…..en resumen, mucho vicio y ningún gato.
La última vez que los humanos la tomaron con los pobres gatos por considerarlos animales diabólicos y compañeros de las brujas, las ratas se comieron las cosechas y llegó la peste bubónica a toda Europa.
A pesar de su sabiduría y de su belleza, hay gente que sigue tomando partida a favor de las ratas y de la peste. Así nos va.