jueves, 23 de mayo de 2013

La peluquería del Casino Mercantil. Otra historia del Tubo.

       Pocas personas saben tanto como yo de restaurantes porque pocas han tenido  la oportunidad de vivir dentro de uno.  El nuestro, el negocio familiar, estaba en el tubo Zaragozano y después de algunos años  y de dos mudanzas, nos vimos obligados, por motivos económicos a habitar las tres plantas superiores del edificio.
  Nosotros mismos, con la ayuda de amigos, rehabilitamos las tres plantas en los descansos entre el servicio  de comidas y el de las cenas.
  La mudanza fue tremenda, porque al vivir cerca, a unas dos calles de allí, las cosas pequeñas, que son casi todo lo que hay en una casa, las fuimos llevando a pie, desde la antigua casa a la nueva, aprovechando los viajes de ir al trabajo.
 Así, entre el trabajo de hostelería, que ya de por si es duro, el de rehabilitación y pintura y los portes de lámparas libros discos cortinas y demás, anduvimos varios meses.
  Por fin llegó el día de llevar “lo grande” y con la ayuda nuevamente de amigos y de tres trabajadores del “Centro Reto”, culminamos el traslado,  subimos lo esencial y comenzamos a vivir allí.
 Cuando uno tiene el trabajo a una distancia prudencial de su casa, su vida familiar y laboral quedan separadas y nadie, ni tus vecinos, ni tus compañeros de trabajo tienen toda la información sobre  si tu trabajo y tu casa están en el mismo edificio y  tu trabajo, además,  está  un bar, con las puertas abiertas al público y si a eso añadimos que dicho bar  está en el Tubo, que es una zona peatonal...  casi todas las piezas del puzzle de tu vida quedan expuestas a la luz de todos. Todo el mundo te ve cuando trabajas, sabe si estás en casa, si sales, te ve salir y llegar...cualquier rumor, , verdadero o falso, puede crecer como la espuma y transmitirse en minutos a todo el barrio.
       En la parte positiva estaba la rapidez con la que uno llegaba al trabajo y el poder bajar a desayunar, al bar todavía cerrado y charlar con Pili, la mejor repostera del mundo, a la que yo llamaba medio en broma medio en serio mi “madre adoptiva". Pili es un portento de mujer, trabajadora como nadie y una gran persona.
   Cuando mis padres y mi tía cogieron el traspaso del negocio, los anteriores inquilinos pusieron como condición que se mantuvieran los puestos de trabajo de Pili y de Mateo que eran los reposteros de la casa y a mis padres y a mi tía les pareció perfecto ¡Qué más podían querer que poder abrir el primer día con las personas que habían contribuido durante tantos años al prestigio de aquel lugar!. Con Mateo tuve menos contacto, porque se marchó a trabajar a un negocio cercano y ya no estaba allí cuando nos trasladamos, pero con Pili nos hicieron, los anteriores dueños, un favor impagable, a mis padres a mi tía a mi hermana y a mí.
 Con Pili todavía nos hablamos de usted. Mi madre después de veinte años de pasar de todo juntas en aquella cocina, le preguntaba de vez en cuando
 -Pili ¿No cree que después de veinte años ya nos podíamos empezar a tutear?..... -¿Cómo dice? ...respondía ella y la cosa quedaba clara.
     A veces en mitad del fragor de la batalla, mientras preparaban las comandas, se insultaban “de usted” entre ellas y con mi tía “Hala tire, que es una desustanciada” “Y usted una borde” y cosas mucho peores, claro. También se reían mucho. Aprendí que hay cosas que si las dijeras “de tú” no las podrías decir, sin embargo, insultando  “de usted”, guardando las formas, se puede llegar mucho más lejos.

  Yo ya no conocí el Tubo en su máximo esplendor pero allí había bares como el Texas el Monreal el Teófilo, el Santurce. el Olimpo....los billares en los que conocí al gran músico zaragozano Mauricio Aznar...
 Había también  varias peluquerías que estaban allí desde que el tubo era lo que era y los cadetes de la Academia General Militar iban en masa a tomar unos vinos, unas cañas, a cortarse el pelo  y a tomar un carajillo en "El Plata" el café cantante más antiguo de Europa. En mis tiempos, Mary de Lys era  la que más cantaba en El Plata y mi padre decía que el señor que tocaba la batería, leía al mismo tiempo novelas del Oeste y que pasaba las hojas con las baquetas sin perder el compás.
    Como no me acababan de gustar las peluquerías del barrio que ya conocía,mi padre me dijo un día que fuera al casino mercantil, que allí había una peluquería, el la última planta, así que probé suerte y de alguna forma la tuve. Fui allí muchas veces, me cortaban bien el pelo y conocí un submundo que creía desaparecido. También me ocurrió la historia que ahora voy a contar.  
 
Cada vez que subía por la  escalera del antiguo Casino mercantil para ir a la peluquería ,que estaba en la ultima planta, un escalofrío me recorría todo el cuerpo. Era una escalera muy historiada, que ocupaba una gran parte del edificio, pomposa, antigua, de estas que tienen un primer tramo en el centro del recibidor y que se van desdoblando después de cada rellano en dos nuevos tramos, saliendo un nuevo tramo de escalera por cada lado de cada rellano. Cada vez que subía por aquellos peldaños y me enfrentaba a esa sensación de miedo intenso, mezclada con cierta atracción irresistible tan propia de las mejores películas de miedo,  me decía a mí mismo que era la falta de luz de aquel casino decadente, la antigüedad... el olor a rancio, las suciedad de las vidrieras, que en uno de los lados daban al patio interior y que evitaba que la luz entrara en su plenitud,  lo que me provocaba ese miedo. Si, era todo aquello, todo  lo que le daba al espacio un ambiente tétrico y lúgubre,, lo que me hacía sentirme así. No, no pasaba nada, y no me pasaría nada.
      Repetirme  a mi mismo mentalmente estas cosas, me daba valor para ir subiendo hasta llegar a la calidez de la peluquería. Ahora que lo pienso, creo que nunca me encontré a nadie en la escalera, pero tampoco nunca quise subir o bajar en el ascensor.
 Allí me recibía un peluquero de los de siempre y varios señores mayores que iban a jugar al billar y a pasar la tarde. Eran los pocos socios que quedaban vivos y no se si era por estar allí, en sus salsa, o porqué ,  pero tenían todos una gran energía  y ganas de hablar (Aunque también pudieran haber sido las ganas de vivir que tenían aquellos hombres, lo que les daba fuerzas para acudir cada tarde al casino mercantil).
  La peluquería “para socios “ era otra cosa, fluorescentes, animados conversadores, calendarios de toreros y de artistas...recuerdo uno de Sazatornil con total claridad...
  Yo, en aquellos tiempos , le había echado el ojo (Entre otras chicas)  a una de la que me habían llegado rumores, sin yo buscarlos, de que era pretendida por Rafi Camino. Reí para mis adentros cuando, al llegar a la peluquería un día, en vez del calendario de Sazatornil  vi, junto al espejo, uno de Rafi Camino vestido de oro y grana... “Ironías del destino” pensé. De repente, al verme el peluquero mirar a Rafi  Camino, el peluquero me preguntó
- ¿Te gustan los toros chaval?
- No mucho (Respondí por no ofender).
- Vaya hombre...pues ese es el Rafi Camino...que está triunfando este año...te voy a decir una cosa chaval.. si a tí te gustara una moza, no tendrías  nada que hacer contra el Rafi Camino, que es una figura del toreo.
 A lo que siguió una carcajada  de afirmación de los presentes. A mi el comentario del peluquero y la risotada me dejaron helado, sobre todo el comentario... sentí que aquel hombre podía captar mis pensamientos a través del pelo que me  iba cortando, a través de sus manos, del peine y de las tijeras...
 Aquél día bajé más aprisa las escaleras que de costumbre y olvidé a aquella chavala para centrarme en otras más accesibles y sin relación con aquel torero y con aquél  cubículo que me repelía, pero que no podía dejar de visitar.
  

  La vida seguía más o menos apacible durante algunos meses, el trabajo, las charlas con Pili cuando bajábamos a desayunar o cuando algún sábado o algún domingo mi hermana Elena y yo volvíamos de juerga. Pili era muy discreta, nos escuchaba en nuestros problemas sentimentales y se preocupaba mucho por nosotros. Recuerdo una vez en que la señora que limpiaba encontró una cuchara doblada en el comedor y se la enseñó a Pili y Pili, antes de decírselo a mis padres, me llamó a primera hora y me preguntó, con el corazón en un puño, si me estaba pinchando. Yo le juré que no, y era verdad. Al final se descubrió que la cuchara la había dejado allí un camarero, el pobre Jaqui, que era mayor que yo y al que yo apreciaba mucho. Aquella historia acabó muy mal y se merece ser contada aparte,pronto, pero en otro momento...

 El tiempo cuando estás al un  lado de una barra, no pasa del mismo modo que al otro lado. Parece mentira como un solo metro, lo que medía de fondo aquel viejo mostrador de mármol que teníamos por barra, podía distorsionar tanto la noción del tiempo y cambiar tanto nuestra realidad de la de nuestros clientes y separarnos tanto del mundo “real”.
   Pasaban muchas cosas, algunas muy absurdas y a una velocidad y con una carga emocional muy distinta a la vida corriente, todo era muy intenso. No se si influía que el  edificio era antiguo,  o que el barrio típico, no se que era, pero estábamos acostumbrados a que sucedieran cosas muy raras.
  Una mañana, en uno de sus discretos interrogatorios Pili llamó a mi hermana y le preguntó  seria, pero muy seria, que si sabía algo del hijo de los del bar Monreal. El chico había desaparecido y corría el rumor por el barrio de que se había fugado con “La chica de Casa Lac” que era mi hermana...Elena se quedó atónita, no sabía nada de nada...Pili había cogido el teléfono al punto de la mañana y le habían comenzado a preguntar al respecto. Los que preguntaban eran  de un programa de televisión, de uno en el que buscaban a personas desaparecidas...
  Una vez pasado el mal trago, después de  saber que mi hermana no sabía nada y de quejarnos de como la gente inventaba relaciones y fugas donde no las había (Elena ni siquiera sabía de quien le estaban hablando) fue pasando el tiempo y nos olvidamos del tema.
  No recuerdo cuando dejé de frecuentar la peluquería, del Casino Mercantil pero un buen día, pasados los años, la Caja Rural compró el edificio y comenzó a rehabilitarlo. En el patio interior, al que daban aquellas vidrieras tan sucias, encontraron el cadaver de un chico que llevaba varios años allí. Era el chico del bar Monreal, que estaba situado en la misma calle del Casino Mercantil.
     Siempre he pensado que aquel chico, un buen día subió las escaleras, puede que lo hiciera  para ir a la peluquería, como hacía yo, puede que encontrara un momento para cortarse el pelo y entró en el edificio sin avisar a nadie, cayó allí, alguien cerró la ventana sin mirar hacia abajo, y él ,allí se quedó, en el patio de un edificio antiguo medio abandonado, en un patio bien aireado, solo... y que, aquello que yo sentía cuando subía y bajaba por aquella escalera tan historiada, aquel miedo del que no quería escapar y que me aterraba, no era solo miedo, era también una intuición que yo tenía de que allí pasaba algo, de  que había algo  en aquel edificio que no estaba en su lugar y solo siento no haber sido capaz de haber sabido interpretarlo antes, no haber sido capaz de haberlo sabido...de algún modo.





 (Fotografía de la escalera del Casino Mercantil)
                 

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