sábado, 20 de julio de 2013

Berta

Mi tía Berta es hermana de mi madre y además mi madrina. A veces, aunque la quiero mucho, no alcanzo a entender cómo mis padres pensaron que si a ellos les pasaba algo Berta sería la persona más adecuada para cuidarme, aunque si lo pienso bien la verdad es que ella se ocupó de mí muchas veces y muy bien. Por ejemplo cuando estuve en casa enfermo varios meses y acababa de tener a su única hija, Inés, ella fue la que me cuidó durante mi convalecencia, lo que siempre le agradeceré.


         Berta tiene una forma muy particular de organizarse y de hacer las cosas, una forma que la gente que no es de la familia y no entiende mucho de estas cosas nuestras podría calificar de estrafalaria o absurda, pero en el fondo de todas las actuaciones de Berta hay sin duda una especie de lógica, extraña, pero al fin y al cabo lógica.
         Una vez en uno de sus innumerables viajes en autobús de Zaragoza a Huesca coincidieron mi hermana, mi madre, la propia Berta con su hija, nuestra prima Pilar y sus dos hermanas gemelas. En total siete mujeres de la familia en un mismo viaje. A Berta le hacía ilusión, nadie sabe por qué, que fueran “todas juntas” en el asiento de atrás del autobús y mandó a alguien a la estación de autobuses a comprar siete asientos seguidos. Cuando llegó el día del viaje, fueron a subir al autobús y al ver que no les correspondía el asiento de atrás empezó a protestar:
                   ¡Nosotras queremos ir todas juntas y hemos comprado siete asientos seguidos! ¡Nos hace mucha ilusión, así que apáñese como pueda porque tenemos los billetes seguidos!
         A lo que el conductor respondía:
                   Señora, que los asientos no van numerados.
         Total, que ante la insistencia de Berta el conductor llamó por el walkie talkie:
                   ¡Encargado, encargado!, tenemos problemas.
                   Qué problemas, qué problemas.
                   Otra señora, una de Huesca con muchas mujeres que la acompañan. A ver si puedes tú con esto.
         Y ya lo creo que tenían problemas, porque tenían dos autobuses con sus pasajeros, unos dentro y otros fuera contemplando el follón, que no podían salir hacia su destino y se les iban a descontrolar los horarios de toda la línea de todo el día.
         Al final el encargado se dirigió a los ocupantes del asiento de atrás del segundo autobús y les rogó por favor que se pasasen al autobús número uno y que le dejaran a la señora aquella y a sus seis acompañantes los asientos porque se estaba montando una que no iban a poder salir. Los pasajeros accedieron y las chicas subieron en el autobús, que iba medio vacío. Pero claro, las chicas jóvenes, después de semejante espectáculo, no quisieron montarse “todas juntas en el asiento de atrás”. Y ella decía desde el asiento de atrás, donde estaba con mi madre, que era la única que no la había abandonado:
                   ¡Chicas, chicas! Pero venid, que tenemos el asiento de atrás para nosotras solas. Y ella misma se reía de la que había montado para nada.
         Los medios de transporte eran una fuente de situaciones grotescas para mi tía. Llevaba coches tan destartalados que cuando paraba en los semáforos de Huesca los gitanos se le acercaban y le decían:
                   ¡Señora, cuánto quiere por el coche!
         De hecho una vez cortó el tráfico de la Plaza Zaragoza porque se le cayó el motor al suelo (y no hablo metafóricamente) y allí se quedó clavada.
         No sé si fue el mismo coche u otro parecido el que se le incendió en plena calle; empezó a salir humo del capó, al abrirlo vio que el motor estaba ardiendo y, como creía que el coche iba a estallar como en las películas de Chuck Norris (al que ella llama Churris Norkis) que tanto le gustan, salió del coche y empezó a entrar en los bares diciendo “llamen a los bomberos, que se me quema el coche y va a explotar”. Como entró en cinco o seis y en cada bar alguien llamaba a los bomberos, se presentaron en el Coso Bajo seis dotaciones de bomberos. No sé si Huesca tiene más dotaciones de bomberos o menos.
         Cuando salieron los móviles y ella tuvo el suyo, cada vez que oía que el gran Pedro Elías ponía alguna canción mía en la radio me llamaba desde allí donde estuviera y me decía muy impresionada: “Quique, Quique, te están poniendo en la ferretería”. Recuerdo que cuando se lo contaba a Pedro se moría de risa.
         Pero quizás la anécdota que mejor define a mi tía es su peculiar forma de consumir el caldo: primero hace el caldo como todo el mundo, pero luego no se lo toma, lo congela, pero tampoco en cubitos o en tazas como pueden hacer algunas personas para descongelar solo lo que se va a tomar. Lo congela en unas botellas de agua mineral tipo Font Vella de esas que no son lisas sino que tienen hendiduras. Tiene calculado que cada hendidura corresponde a una taza de caldo y entonces, cuando sabe que ese día van a comer por ejemplo cinco personas en casa, cuenta cinco hendiduras y corta la botella congelada por la quinta hendidura con un serrucho que tiene preparado a tal efecto, luego coge el bloque y lo mete en una olla donde se va descongelando el caldo. Hay un momento y esto lo he visto con mis propios ojos en que el plástico se desprende del bloque de caldo y entonces, con unas pinzas, Berta lo retira y lo echa a la basura.
         Ahora que lo pienso bien, con la cantidad de horas que he pasado a lo largo de mi vida con Berta no me extraña que me pasen tantas cosas absurdas.



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