miércoles, 14 de mayo de 2014

Ramona

Llegamos a las siete de la mañana a un pueblo que está a cuarenta kilómetros de Zaragoza. Voy a hacer una prueba para un trabajo de cocinero en una residencia de personas mayores. Para llegar a esa hora hemos tenido que levantarnos a las cinco de la madrugada y como no sé conducir me ha llevado Anabel.
Se suponía que una compañera me iba a enseñar el trabajo pero no entra hasta las ocho así que nos quedamos en la recepción esperando.
Aparece en calzoncillos, con su andador, Juan, que se ha levantado y ha corrido hacia el desayuno algo desorientado. Las chicas de la residencia le acompañan amablemente a su habitación. Todavía es muy pronto para desayunar. Entonces entra en escena Ramona, también con su andador pero vestida y con las ideas claras:
           Dame un cigarro, dame un cigarro.
           Vaya, ya está aquí Ramona, dice una de las chicas, le da un cigarro de la cajetilla que Ramona tiene guardada bajo el mostrador y Ramona sale al jardín a fumar.
Por fin llega Carmen, mi compañera, una malagueña enérgica y encantadora. Comenzamos a trabajar y lo pasamos bien cocinando y limpiando juntos. Llevamos tan bien el trabajo que a las once ya hemos hecho puré de frutas para el desayuno, ya está listo el almuerzo y hemos cocinado el puré de verduras, las judías verdes y el pollo guisado para la comida. Ya tenemos la sopa y el pescado rebozado y frito que luego hornearemos con una salsa verde para la cena, así que nos tomamos un descanso y salimos al jardín a la hora del café.
Ramona, que ya entraba en el edificio, nos sigue y nos dice:
           Dame un cigarro, dame un cigarro.
Alguien le da un cigarro mientras nosotros nos sentamos junto con otras trabajadoras y con varios residentes. Ramona no para:
           ¿Me das Coca-cola?—, le dice a Carmen. Carmen le da un poco en un vasito, pero otra compañera se lo quita diciendo:
           Que Ramona no puede tomar ni cafeína ni bebidas con gas.
           Dame un café, dame un café. Y las chicas de la residencia le invitan a un café a Ramona, pero descafeinado.
Entonces Ramona empieza a hablar y a reír:
           Estoy en el mercado, dice.
           ¿Y el Juan?, le pregunta Carmen.
           Si quieres te lo paso, contesta tras una carcajada profunda. Todos ríen.
           ¿Me das un cigarro?
Las cuidadoras se quejan: “¡Hala, Ramona, que un día nos vas a quitar hasta las bragas!”, pero le dan un cigarro porque Ramona tiene ese punto de genialidad, ternura y locura que hace que la quieras al momento.
Entonces Ramona se vuelve hacia mí, que estoy sentado con mi café, con mi delantal y con mi gorro, que no me he quitado para salir a descansar y me dice con su boca desdentada:
           ¿Tú eres  Ronaldo?
           No, no, yo soy Quique. Y todos vuelven a reír.

Volvemos al duro y vigorizante trabajo. Limpiamos la cocina a fondo, fogones y paredes de arriba abajo incluidas, recibimos un pedido que ordenamos y clasificamos apuntando la fecha de caducidad de cada alimento, analizamos el agua, apuntamos la temperatura de todos los termómetros de todas las neveras y congeladores, calentamos la comida, hacemos la salsa del pescado, preparamos los carritos con la comida, fregamos las ollas, los platos, los cubiertos y los vasos, barremos y fregamos el suelo de la cocina y por fin sacamos la basura, nos cambiamos y acabamos la jornada laboral.
Carmen se ofrece a llevarme en su coche a Casetas, desde donde podré coger un autobús que me lleve de nuevo a Zaragoza.
Cuando entramos en el coche me dice:
     Espera, que este coche tiene una curiosidad. Y una vez que ya estamos sentados con el cinturón de seguridad puesto y con la llave en el contacto, saca de debajo del freno de mano un martillo grande y redondo y golpea la llave con una serie de precisos golpes secos hasta que la llave entra del todo en la cerradura.
Llegamos a Casetas y nos despedimos con dos besos. Cojo por los pelos el autobús, me acomodo en un asiento, me pongo los cascos y escucho “Dallas Memphis” de Quique González durante el trayecto.
Abro la puerta de mi casa a las cuatro y media de la tarde.


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