miércoles, 18 de noviembre de 2015

La Luz

 

  Pasan las noches y no puedo dormir, al fin lo asumo, me visto y salgo a la calle. La noche es fría y está llena de niebla.Camino hasta perderme .

     A la izquierda en un callejón, junto a un contenedor de escombros de obra, veo una especie de luminiscencia extraña que sale de debajo de una tapa del alcantarillado, resbalando hacia fuera por su borde redondo.

     Observo detenidamente la luz y tras pensarlo un momento rebusco en el contenedor un hierro con el que hacer palanca y abrir la tapa.

     Al hacerlo descubro asombrado que bajo el agujero, se esconde una habitación sin puertas ni ventanas de unos cuatro metros y medio de profundidad llena de un  agua clarísima. Es una habitación infantil y la luz proviene de la lámpara de la mesa del niño que vive dentro. Lo veo dormitando vestido sobre la colcha de su cama.


     El suelo está enmoquetado y él mismo y todos los objetos que allí se encuentran, parecen inmunes a la presencia del liquido que los rodea.

     Toco con mi mano el agua y recibo una descarga eléctrica, saltan unas chispas y esto unido a mi grito de dolor contenido advierten al chico de mi presencia y él, con un solo movimiento, se impulsa hacia arriba y bucea hacia mi con fuerza, sacando medio cuerpo del suelo y apoyándose en sus codos como si acabara de salir de una vulgar piscina.

   Me mira con unos ojos  tan claros como el agua donde habita y es entonces cuando lo veo de frente por primera vez. Su ropa y su pelo están secos, tiene unos  diez u once años.

- Hola , dice.
- Hola ¿Quién eres?
- Eso carece de importancia, lo que importa es saber que haces tú aquí, de noche.
-  No lo sé, he venido caminando, no podía dormir.
- ¿Sólo eso?  entonces, si no sabes que haces aquí, ni lo que buscas, probablemente tampoco sepas ni lo que eres, ni lo que quieres ser. Apuesto a que tampoco sabes cual es tu sitio en el mundo. Dijo, Lo se porque yo antes estaba como tú, perdido, hasta que encontré mi sitio. No fue fácil, yo tampoco encontraba mi lugar así que me inventé este. ¿qué te parece?
-  Vaya, este lugar es alucinante, y todo en él es increíble, surrealista, parece sacado de un sueño, es casi irreal, pero sin embargo hay algo de verdad en tus palabras, reconozco que tienes razón en muchas cosas, quizá por todo lo que has dicho no puedo dormir y he llegado hasta aquí.

.- ¿Ves?  Eso si es importante, contestó.
- ¿Puedo quedarme aquí contigo?
- No lo creo, no funcionaría, este no es tu lugar. si entraras aquí abajo morirías electrocutado. Tienes que encontrar tu propio sitio en el mundo.

   Una vez dicho esto con un gesto propio de un atleta arrastró la tapa metálica y la puso en su  lugar dejándome allí aturdido, exhausto  y abrumado por mis propios pensamientos.

   Me pregunté como era yo a la edad del niño con el que acababa de hablar y recordé, vagamente, que yo en algún momento de mi vida tuve mi sitio en el mundo y lo perdí o quizás me lo quitaron en otra noche fría como esta, en una habitación llena de niebla y de humo.

   Estuve allí un rato más mirando fijamente aquella maravillosa luz, deseando que aquel momento no acabara nunca,  pero pasados unos minutos la luz se apagó de repente.

     Después estuve aún vagando un buen rato, hasta que por fin, salió el Sol.



 

1 comentario:

  1. Lo que viste tú, Quique, fue un meteorito subterraneo. Verás, los meteoritos son como pedradas en ojo de boticario. Los hay de diversos tamaños y cuando pasan silbando la oreja queda una quemazón que para qué le quiero a usted contar. A Quinidio Senegüé, que por haber nacido un 15 de febrero le aplicaron ese nombre de pila, el de Quinidio, que fue un santo francés y que allí les llaman Quenin, que queda como más elegante, le pasó rozando un meteorito del tamaño de un garbanzo, o lo que él entendió que era un meteorito, mientras apacentaba el rebaño de ovejas en un páramo cercano al pueblo de Ariza, que es el último municipio aragonés en la vieja vía férrea en dirección Madrid. También lo era en dirección Valladolid, antes de que levantasen la vía. El siguiente pueblo es Arcos de Jalón, que pertenece a Soria y a los parroquianos ya les cambia el habla. En Arcos de Jalón no debes preguntar a nadie a qué se dedica: todos son de la Renfe. A Quinidio Senegüé le pasó el meteorito por encima de la cabeza mientras charlaba amigablemente con un sobrestante que estaba en Arcos de Jalón en calidad de desplazado. Éste prefería decir que era capataz de obras públicas. A los sobrestantes se les reconoce de inmediato por varios motivos. El primero de ellos es que suelen hablar como los chulapos madrileños; el segundo, que son bajos de estatura, aunque bastante anchos de cuerpo; el tercero, que les gusta el anís, a ser posible el Anís Las Cadenas, de finísimo paladar, acompañado de magdalenas o rosquillas, y que, cuando toman una copita, levantan un dedo meñique con la uña muy larga; y el cuarto, que forman familia numerosa y que sus miembros viajan en el ferrocarril con un veinte por ciento de descuento. Hay más motivos para reconocerlos de inmediato, pero me quedo con los citados por abreviar. Quinidio Senegüé y el sobrestante desplazado a Arcos de Jalón por motivos profesionales comentaban no sé qué sobre la esquila de la raza talaverana cuando vieron una estela en el cielo como si se tratase de la propulsión a chorro de un avión. Pasó de largo a la velocidad del rayo, silbando y describiendo una parábola. A la caída de la tarde, ya de regreso al pueblo con el rebaño, a Quinidio le contaron unos vecinos lo que habían visto, que se correspondía con lo que había visto él. Nadie volvió a darle importancia al meteoro. El sobrestante, que carecía de lactosa suficiente para digerir leche sin fermentar, prefirió llevarse a casa un cordero lechal que le entregó Quinidio a cambio de dos plumas estilográficas y un reloj de dudoso gusto.

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