domingo, 14 de febrero de 2016

Abducción gatuna



  El gato sube a la cama pasea por mi cuerpo y me despierta, en mitad de la noche, acariciándome la cara con sus bigotes.

  Abro los ojos y veo los suyos mirando fijamente a lo míos. Empieza a abrir al máximo sus pupilas, a atrapar con ellas toda la luz que queda en la penumbra de la habitación, para después absorber toda la luz de mis ojos y con ella mi alma.

  Me veo a mi mismo desde su posición. Está claro que ahora yo soy el gato y que mi cuerpo yace inerte, o quizá dentro de mi cuerpo está ahora el alma del gato dormida, soñando.

  Me acerco a mi pareja que duerme a mi lado y la despierto de varios lametazos, con mi áspera lengua en sus mejillas.

   Ella me rasca la cabeza en medio de las orejas en una caricia sobrehumana, no intervienen en ella los recuerdos que tiene de mi persona, no hay complicidad, ni rencor, ni ternura, ni lujuria, es una caricia pura como la que según siento se dedica a los animales, porque son lo que son y se admite que tienen sus virtudes y sobre todo sus limitaciones.

   Mientras lo hace pienso en lo que me habría dicho me madre si hubiera arañado el sillón o arrancado las cortinas como hace a menudo su gato.

    Me abandono a este placer único y maravilloso y medito seriamente en prolongar esta situación para siempre hasta que me quedo dormido plácidamente sobre su cuerpo aprovechando cada instante de mi abducción gatuna.

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