domingo, 29 de mayo de 2016

La bolsa de canicas vivas.

 

    Tengo en mi poder una bolsa de terciopelo de joyería con unas cuarenta o cincuenta canicas vivas.

    Sólo las he utilizado una vez, acababa de conseguirlas gracias a mis contactos de mi antiguo oficio de juguetero.

    Son maravillosas, de diferentes colores y tamaños y tienen una cualidad mágica, si las sueltas se meten en el primer organismo vivo que encuentran, les da igual el orificio, tienen esa costumbre y así se recargan de energía vital.

     De vez en cuando, por eso, conviene soltarlas y yo lo hice en aquel momento siguiendo las instrucciones a rajatabla.

     Buscaba una ocasión y la encontré en un bar. Era un local muy pijo y la gente muy maleducada, gritaban y se reían como hienas, a pesar de su ropa de marca y de sus complementos de lujo, o quizás a causa de ellos, se volvían gilipollas.

      Así que solté mi canicas, dejé la bolsa de terciopelo en la basura del baño de caballeros como indicaban las instrucciones " Deje la bolsa en un lugar discreto donde ellas puedan volver sin dificultad y disfrute del espectáculo" y eso hice.

      Poco a poco las canicas se iban distribuyendo por las perneras de los pantalones de la gente.

      Se notaba en los clientes afectados, al principio  un ligero cosquilleo, luego miraban por debajo de las mesas para asegurarse de que nadie les estaba metiendo mano y después comenzaban las expresiones de sorpresa y o placer dependiendo de la personalidad de cada cual.

       Las canicas jugueteaban por la distintas cavidades corporales de hombres y mujeres y todos ellos recomponían sus caras, cuyas expresiones iban desde la vergüenza o la culpa, a otras más cercanas a las que se tienen en el momento del orgasmo. Esta estimulación íntima tan repentina e inesperada, en un lugar público, podía introducir al personal en una amplia gama de variados estados.

      Fue un momento mágico ver todas esa caras en general agradablemente descompuestas y saber que yo era el responsable de tata agitación.

     Poco a poco las canicas, ya recargadas de energía vital, salieron de los cuerpos y volvieron discretamente a la bolsa de terciopelo, previo paso por el lavabo, cuyo grifo de alguna manera ellas habían conseguido abrir para limpiarse de cualquier rastro de fluidos corporales.

     Nunca he vuelto a utilizarlas. De vez en cuando, de noche  se mueven haciendo un curioso ruido al rozarse entre ellas, creo que ya quieren salir, así que si me ves en un bar y notas que algo sube por tus piernas, no te preocupes, relájate  y disfruta.

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