martes, 26 de julio de 2016

Apareo.



  Sueño que acabo de aparearme satisfactoriamente. Estoy en la cama todavía desnudo recuperándome del placer y del esfuerzo. Me va invadiendo una sensación de vacío, de dolor intenso ¿Es esto todo? ¿Es esto lo mejor que puede pasarle a uno en la vida? Mientras esta desazón crece, dentro del sueño, me duermo de nuevo, sueño que descanso en la cama, que mi cuerpo se hunde en colchón y que pasa a través de él suavemente, hasta caer desde el propio cielo hasta un lecho de hojas selváticas.

  Escucho los pájaros, a los insectos y a todos los demás animales de la selva, cada uno emite su sonido característico, formando un tejido sonoro, un sueño sónico magnífico e indescriptible.

  De repente esta sinfonía cesa, llega una calma tensa, a lo lejos lo veo, un gran elefante se abre camino entre las plantas y los árboles dirigiéndose directamente hacia mí.

  El ruido es tremendo, sus pisadas, las ramas que ceden a su paso, no tengo miedo, le espero y en poco tiempo lo tengo delante, alza su trompa y sus patas delanteras, se acerca, me mira con cada uno de sus enormes ojos girando la cabeza. Finalmente rodea mi cintura con su suave trompa y me sienta en su grupa.

  Me hundo en el animal. Ahora él y yo somos uno, indivisibles, indistinguibles, tengo entonces un inmenso sentimiento de felicidad y de gratitud.

  Recorro mi territorio comiendo a placer , bebiéndome los charcos, disfrutando de la lluvia, del Sol, del cielo abierto, con su frescor y sus astros.

  El tiempo no existe y si lo hace es sólo por un solo instante que se alarga y se hace eterno.

Poco a poco empiezo a sentir mis patas cansadas y decido que llegó la hora. Sé bien cual es el camino y lo hago alegre, voy a vivir para siempre en mis sueños, acompañado de todos mis ancestros.

  Al final del camino escucho en la lejanía el golpe de mi propio cuerpo cuando cae en el suelo, dulcemente en este seguro y tranquilo cementerio.




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