domingo, 7 de enero de 2018

Tragaperras



Mientras leo, escribo, escucho música y tomo un café en un bar, el tonto de la tragaperras hace ganar al negocio una buena cantidad de dinero. En recompensa por sus monedas, el hombre recibe toda una suerte de movimientos de ruleta, zumbidos, pitidos y  lumínicos destellos.

De vez en cuando algunas de estas monedas golpetean contra el metálico receptáculo destinado a recoger los premios, pero todo está calculado, y el hombre vuelve a perder lo recuperado, e incluso se anima a desperdiciar algo de dinero extra más.

¿Cómo me quejo yo al dueño del bar del follón que monta en tonto de la tragaperras, que me impide disfrutar de la lectura, de la música y de la escritura mientras me bebo mi humilde café cortado?

Así, por casualidad, es como descubro que así va el mundo, donde un tonto es siempre más rentable que un tipo que escribe, que lee, que escucha y que incluso piensa, a ratos, en lo que buenamente puede.

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