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sábado, 25 de mayo de 2013

Un servicio de comidas de infarto.

     En aquel restaurante, donde vivíamos y trabajábamos, ocurrían cosas de lo más absurdas. Un día, a la hora de comer, no sé por qué razón alguien de la familia acudió con unos gitanos, a los que había reclutado por el barrio, para que, a cambio de una propina, bajasen y se llevasen a un vertedero los escombros que habían salido de la reforma del edificio.