En
aquel restaurante, donde vivíamos y trabajábamos, ocurrían cosas de lo más
absurdas. Un día, a la hora de comer, no sé por qué razón alguien de la familia
acudió con unos gitanos, a los que había reclutado por el barrio, para que, a
cambio de una propina, bajasen y se llevasen a un vertedero los escombros que
habían salido de la reforma del edificio.