Tenía por aquel e unos veinte
años y una novia Venezolana. Ella era estudiante de económicas y no quería volver a
su país. Sus oportunidades laborales allí eran ínfimas, porque en aquellos
tiempos, había en Venezuela una ley, que obligaba a las empresas a contratar un
80% de personas nacidas en el país y mi amiga, a pesar de haber vivido allí toda su
vida, había nacido en Perú.